Versículos de la Ofrenda: Guía Bíblica Completa para Dar con Gozo y Propósito
Dar ofrendas es mucho más que un acto financiero; es un acto de fe y adoración. Imagina la escena: estás en un servicio religioso y llega el momento de la ofrenda. Quizá te preguntas qué dice la Biblia sobre las ofrendas y por qué son importantes. En esta guía completa, exploraremos qué es una ofrenda según la Biblia, repasaremos versículos clave sobre las ofrendas, diezmos y generosidad, y brindaremos consejos prácticos y pastorales para ofrendar con el corazón correcto. También aprenderás cómo este contenido ha sido optimizado con las mejores prácticas de SEO para que puedas encontrar información confiable fácilmente. ¡Prepárate para descubrir el significado profundo de la ofrenda y cómo aplicarlo en tu vida con gozo y gratitud!
Versículos sobre la Ofrenda: El Gozo de Dar con el Corazón Generoso
Dar es un acto de fe y amor que transforma tanto a quien da como a quien recibe. La Biblia nos enseña principios profundos sobre la generosidad y la ofrenda. Aquí tienes algunos versículos inspiradores que te guiarán en este camino.
Versículo Clave | Mensaje y Reflexión sobre la Ofrenda |
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2 Corintios 9:7 “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” |
Este es el pilar de la generosidad. Nos enseña que la **actitud** al dar es lo más importante. Dios valora que demos con **alegría, voluntariamente y sin sentirnos obligados**, como un reflejo del amor que nace del corazón. |
Malaquías 3:10 “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.” |
Este versículo invita a la fe en la **fidelidad de Dios** en la provisión. Habla del diezmo como un acto de confianza en que Él es quien nos sostiene, prometiendo **bendiciones abundantes** para quienes dan con obediencia y fe. |
Lucas 6:38 “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, se os volverá a medir.” |
Aquí se resalta el principio de la **siembra y la cosecha**. Al dar con generosidad, no solo a Dios, sino también a nuestro prójimo, se nos promete una **reciprocidad divina** que excede lo que ofrecemos, llenando nuestra vida de bendiciones. |
Proverbios 3:9-10 “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.” |
Este pasaje nos anima a poner a Dios en primer lugar en nuestras finanzas. Es un llamado a reconocer que **todo lo que tenemos viene de Él** y a honrarlo con lo mejor que poseemos, confiando en su promesa de prosperidad y provisión. |
Hechos 20:35 “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” |
Jesús mismo enseñó una verdad poderosa: la **mayor felicidad y bendición** se encuentran en la generosidad y el servicio a los demás. Este versículo nos impulsa a la acción, a ser manos que ayudan y dan con un corazón compasivo. |
Mateo 6:3-4 “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” |
Este versículo nos invita a la **humildad en el dar**. Nos enseña a practicar la generosidad sin buscar reconocimiento humano, sino con la certeza de que Dios, quien ve la sinceridad de nuestro corazón, nos recompensará a su manera. |
Filipenses 4:18 “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor grato, sacrificio acepto, agradable a Dios.” |
Pablo describe las ofrendas recibidas como un “sacrificio acepto y agradable a Dios”. Esto nos muestra que **nuestras ofrendas son una adoración** que Dios recibe con agrado cuando se dan con amor y sinceridad, fortaleciendo la comunidad de fe. |
La Experiencia de Dar: Un Acto de Fe y Gratitud
La ofrenda, en la experiencia de muchos creyentes, es un momento sagrado que mezcla gratitud y confianza en Dios. Recuerdo una anécdota personal: en mi antigua congregación, una viuda de bajos recursos sorprendió a todos cuando dio una generosa ofrenda en un servicio especial. Nadie se lo esperaba, pero ella comentó que quería agradecer a Dios por Su provisión, aun en su necesidad. Este gesto nos recordó a la historia bíblica de la viuda pobre que ofrendó dos moneditas, de la cual Jesús dijo que había dado más que nadie porque entregó todo su sustento (Lucas 21:1-4). En la práctica pastoral, he visto casos así de conmovedores una y otra vez: personas que ofrendan con sacrificio pero con alegría, confiando en que Dios “mira el corazón obediente” más que el monto material. Estas experiencias nos enseñan que ofrendar es un acto de fe personal. No se trata de ser ricos o pobres, sino de tener un corazón agradecido. Cuando damos con sinceridad, sentimos gozo y paz, sabiendo que estamos honrando a Dios con nuestros bienes y que Él “seguirá cuidando de ti” aunque desprenderse de algo valioso pueda ser difícil.
Por otro lado, también he visto en la experiencia pastoral que quienes dan ofrendas desarrollan una actitud de gratitud constante. Al reflexionar sobre lo que Dios nos ha dado la vida, la familia, el sustento diario nuestras ofrendas brotan como respuesta natural de agradecimiento. Como dice Deuteronomio 16:17, “Cada uno llevará ofrendas, según lo haya bendecido el Señor tu Dios”, recordándonos que ofrendamos en proporción a las bendiciones recibidas. En resumen, la experiencia de dar ofrendas puede transformar nuestro corazón: nos hace más conscientes de las bendiciones, nos ejercita en la generosidad y nos une como comunidad al contribuir juntos para un propósito mayor.
Fundamentos Bíblicos de la Ofrenda (Pericia Teológica)
¿Qué es una ofrenda en la Biblia?
En términos sencillos, una ofrenda es cualquier regalo o donación que dedicamos a Dios como parte de nuestra adoración. A diferencia del diezmo (que literalmente significa “una décima parte”), la ofrenda no tiene un porcentaje fijo, sino que es voluntaria y proporcional a lo que cada uno decida darg. Veamos la base bíblica de estos conceptos:
En el Antiguo Testamento:
Dios instauró el diezmo como parte de la Ley para el pueblo de Israel. Cada israelita debía dar el 10% de sus cosechas, ganados e ingresos para el mantenimiento del Tabernáculo/Templo y el sustento de los levitas (Levítico 27:30; Números 18:21). Además del diezmo, había ofrendas y sacrificios específicos (ofrendas de paz, de holocausto, de gratitud, etc.) que se presentaban en distintos momentos. Estas ofrendas frecuentemente eran productos agrícolas, ganado u otros bienes dados en gratitud a Dios por sus bendiciones. Un principio importante era dar las “primicias” lo primero y mejor de la cosecha al Señor, honrándolo así con los frutos iniciales del trabajo (Proverbios 3:9-10). Esto enseñaba que todo pertenecía a Dios y que el pueblo confiaba en Su provisión para el resto de sus necesidades. También había ofrendas voluntarias que la gente traía por devoción personal o en respuesta a alguna bendición especial. Desde los primeros capítulos de la Biblia vemos ejemplos: Abel ofreció de lo mejor de sus ovejas a Dios, mientras Caín trajo una ofrenda de sus frutos (Génesis 4:3-5). Aunque la ofrenda de Abel fue aceptada y la de Caín no, el relato sugiere que la diferencia estuvo en la actitud y calidad de la ofrenda. Dios busca ofrendas dadas con fe y sinceridad.
En el Nuevo Testamento:
Con la venida de Cristo, hubo un cambio significativo en cómo entendemos los diezmos y ofrendas. Jesús cumplió la Ley en la cruz, por lo que el diezmo como mandato legal ya no es una obligación para los cristianos. No encontramos en el Nuevo Testamento una orden directa de diezmar un porcentaje fijo; en lugar de eso, se enfatiza la generosidad voluntaria. Por ejemplo, el apóstol Pablo instruye a los creyentes que separemos parte de nuestros ingresos como ofrenda para la obra del Señor, “según haya prosperado” cada uno (1 Corintios 16:2), pero esto se presenta como un acto voluntario, no como un impuesto legalista. La iglesia primitiva practicó un nivel extraordinario de generosidad: Hechos 4:32-35 relata cómo los cristianos de Jerusalén vendían propiedades y compartían “según la necesidad de cada uno”, de modo que no hubiera ningún necesitado entre ellos. No era una exigencia impuesta, sino el fruto del amor y unidad en el Espíritu Santo. Jesús enseñó mucho sobre el dar: en Mateo 6:3-4 dijo que al dar limosna (una forma de ofrenda a los pobres), lo hagamos en secreto y no para ser vistos, porque nuestro Padre celestial ve en lo secreto y recompensa en público. También enseñó “Dad, y se os dará” (Lucas 6:38) y elogió la entrega sacrificial de la viuda que donó sus dos monedas (Marcos 12:41-44). En resumen, el Nuevo Testamento recalca que la ofrenda debe venir de un corazón generoso, no por obligación sino por amor.
Diferencia entre diezmo y ofrenda:
Como ya insinuamos, el diezmo era un mandato específico para Israel que consistía en entregar el 10% fijo de los ingresos. La ofrenda, en cambio, es cualquier donativo voluntario que se da para apoyar la obra de Dios, a la iglesia local, a los necesitados o en adoración a Él. Hoy en día, muchos cristianos llaman “diezmo” a lo que dan a la iglesia, pero técnicamente esas donaciones son ofrendas voluntarias, ya que no estamos bajo la Ley de Moisés en este aspecto. ¿Significa esto que no debemos dar? ¡En absoluto! Más bien, estamos invitados a dar más allá del mínimo, según la prosperidad que Dios nos dé y con un corazón alegre. Algunos creyentes continúan usando el 10% como guía personal de ofrendar (lo cual es válido y puede ser un buen punto de partida), pero no como un límite, sino como un piso desde el cual crecer en generosidad. El énfasis bíblico es: “Cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). La cantidad la decide el creyente en respuesta a las bendiciones de Dios, y la actitud es lo más importante. En palabras de un recurso bíblico: “La cantidad de una ofrenda no es ordenada por Dios, sino que es determinada por el adorador, ‘como pueda, de acuerdo con la bendición de Jehová tu Dios que te ha dado’ (Deuteronomio 16:17)”g. Esto requiere reflexión personal: examinar cuánto Dios nos ha bendecido y dar en proporción a esa bendición, con gratitud.
Lo que enseña la Biblia sobre la actitud al ofrendar:
Aquí encontramos una fuerte continuidad de Génesis a Apocalipsis: Dios se fija más en nuestro corazón que en nuestro bolsillo. Un versículo clave es 2 Corintios 9:6-7, que nos recuerda que quien siembra escasamente, cosechará escasamente, y quien siembra en abundancia, cosechará en abundancia; concluye diciendo que cada uno debe dar “no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría”. Esto nos dice que la ofrenda no debe ser un acto forzado o hecho con resentimiento, sino voluntario y alegre. La “palabra para el tiempo de la ofrenda” que acompaña a este versículo en una explicación bíblica resume: “Más que la cantidad de lo que ofrendamos, a Dios le importa la actitud con la cual traemos nuestras ofrendas ante Él”. Dios valora la sinceridad, la fe y el amor detrás del acto de dar. Si damos mucho pero con mala actitud (por orgullo, por presión social o esperando algo a cambio), esa ofrenda pierde su valor espiritual. En cambio, una pequeña ofrenda dada con humildad y amor es preciosa ante Dios. Jesús enseñó en Mateo 5:23-24 que si vas a dar una ofrenda pero recuerdas que tienes un conflicto no resuelto con tu hermano, primero reconcilíate y luego vuelve a ofrendar. Esto implica que la pureza de corazón y las relaciones importan más que la ofrenda material en sí. En resumen, la Biblia establece la ofrenda como un acto de adoración voluntario, proporcional y nacido de un corazón agradecido. El Nuevo Testamento nos libera de la obligación legalista para elevarnos a un estándar más alto: el de la generosidad amorosa y la mayordomía fiel de lo que Dios nos ha dado.
El Propósito y la Bendición de la Ofrenda (Autoridad y Confiabilidad)
El momento de la ofrenda en la iglesia es una oportunidad para adorar a Dios con nuestros bienes.
¿Por qué ofrendamos? ¿Para qué se utiliza la ofrenda? Estas preguntas son importantes, y responderlas nos ayuda a dar con mayor convicción. Según las Escrituras, el propósito de las ofrendas es múltiple: es una forma de honrar a Dios, es el medio para sostener la obra del ministerio y ayudar al prójimo necesitado, y también es una disciplina espiritual que transforma nuestro carácter. Veamos cada aspecto:
Honrar a Dios y adorarle:
Cuando ofrendamos, estamos diciendo con hechos “Gracias, Señor, reconozco que todo viene de Ti”. El rey David lo expresó así en una oración: “Señor, de Ti procede todo… ¡Todo es Tuyo! … Te he ofrecido voluntariamente todas estas cosas… Tu pueblo te ha traído sus ofrendas… Dirige su corazón hacia Ti” (1 Crónicas 29:14-18 parafraseado). David reconocía que aun las ofrendas dadas provenían originalmente de la provisión de Dios. Todo lo que tenemos le pertenece a Él; nosotros somos administradores de Sus bendiciones. Por eso ofrendar es un acto de adoración: al dar, reconocemos la grandeza de Dios y nuestra dependencia de Él. El Salmo 96:8 lo dice de forma hermosa: “Tributen al Señor la gloria debida a Su nombre; traigan ofrendas y entren en Sus atrios.” Nuestras ofrendas deben surgir de un corazón que quiere tributar gloria a Dios. Dios en sí mismo no necesita nuestro dinero (Él es el Dueño de todo el oro y la plata), pero se complace en nuestro gesto de adoración y fe. Como dice otra porción bíblica: “A través de nuestras ofrendas adoramos y glorificamos a Dios… ofrendemos hoy a Dios como un acto de adoración y alabanza, y hagámoslo de todo corazón”.
Sostener la obra de la Iglesia y ayudar a los necesitados:
Prácticamente, las ofrendas sirven para que el mensaje del Evangelio se siga extendiendo y para suplir las necesidades materiales dentro del cuerpo de Cristo. En la iglesia primitiva, las ofrendas recolectadas se destinaban a ayudar a los hermanos pobres (Hechos 2:44-45, 1 Corintios 16:1-3) y al sostenimiento de aquellos que predicaban el Evangelio. Jesús y sus discípulos tenían una bolsa común para gastos del ministerio (Juan 12:6 menciona a Judas como encargado de la bolsa). Pablo enseña que “el que es instruido en la Palabra comparta toda cosa buena con quien le instruye” (Gálatas 6:6), estableciendo el principio de que los ministros del Evangelio puedan vivir del Evangelio (1 Corintios 9:13-14). Hoy en día, las ofrendas que damos en nuestras iglesias permiten pagar el local de reunión, los materiales educativos, el apoyo a misioneros, las actividades benéficas y el sueldo de pastores o personal de la iglesia. También muchas iglesias separan una porción de las ofrendas para ayudas sociales: compra de víveres para familias necesitadas, apoyo en desastres naturales, etc. En definitiva, nuestras ofrendas se transforman en herramientas para bendecir a otros y expandir el Reino de Dios. Un artículo enciclopédico lo resume así: la ofrenda se usa para “el mantenimiento del edificio de la iglesia, varios ministerios como la evangelización, así como para ayudar a los pobres, entre otras áreas”. Cuando entendemos que con nuestras donaciones estamos siendo colaboradores en la obra de Dios, ofrendar cobra un sentido trascendente: estamos invirtiendo en vidas, en esperanza y en verdad eterna. Además, no olvidemos que compartir con quienes tienen necesidad es un mandato cristiano (Romanos 12:13). Hebreos 13:16 nos exhorta: “No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios.”. Así que, cada vez que das para ayudar a alguien o sostener tu iglesia, estás ofreciendo un sacrificio agradable a Dios, tanto como una oración o un cántico.
Moldear nuestro carácter y experimentar bendición:
Dios no necesita nuestras ofrendas para existir, pero nosotros sí necesitamos aprender a dar para crecer espiritualmente. La ofrenda nos enseña generosidad, desprendimiento de lo material, y nos ayuda a confiar en Dios como Proveedor. Jesús dijo: “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6:21). Si ponemos nuestro tesoro (nuestros recursos) en las manos de Dios, nuestro corazón estará más cerca de Él. Muchos creyentes pueden testificar que al empezar a ofrendar con fidelidad, Dios transformó su relación con el dinero: dejaron de verlo con apego o temor, y comenzaron a verlo como una herramienta para bendecir. ¿Hay promesas de bendición para quienes dan ofrendas? Sí, la Biblia contiene principios acerca de esto. En Malaquías 3:10 Dios invita a Israel: “Traed todos los diezmos al alfolí… y probadme en esto, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré bendición hasta que sobreabunde.” Aunque este pasaje se dio en un contexto específico, revela el corazón generoso de Dios: Él bendice la obediencia y la confianza. En 2 Corintios 9:8-11, Pablo asegura que “Dios puede hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que… teniendo todo lo necesario, abunden para toda buena obra”, y agrega que seremos enriquecidos en todo sentido para ser más generosos, lo cual “resultará en acciones de gracias a Dios”. Es decir, Dios provee más al que comparte, para que pueda seguir compartiendo. Sin embargo, tengamos cuidado: esto no significa que damos para “hacernos ricos” ni que la motivación de ofrendar sea recibir algo a cambio (eso sería manipular a Dios, lo cual es incorrecto). La bendición de dar a veces es material (Dios suple nuestras necesidades, nos da más recursos), pero siempre es espiritual: crecemos en fe y vemos la mano de Dios obrar. Jesús dijo: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante llenarán vuestro regazo” (Lucas 6:38). Muchas veces esa “medida rebosante” se manifiesta en gozo interno, en relaciones restauradas, en la satisfacción de ver a otros alabando a Dios por la ayuda recibida. En cualquier caso, nunca podremos ganarle a Dios en generosidad: Él es el primero que nos dio todo (¡incluso a Su Hijo Jesús!), y nuestras ofrendas son simplemente responder a esa gracia.
Transparencia y responsabilidad:
Un punto importante para la confiabilidad es saber que nuestras ofrendas son administradas correctamente. En la Biblia, Pablo animó a que la colecta para los pobres de Jerusalén fuera manejada honradamente, enviando a varios hermanos de testimonio aprobado para llevar el donativo (2 Corintios 8:18-21). Esto muestra la importancia de la transparencia. Hoy día, las iglesias responsables suelen rendir cuentas del uso de los fondos, operar con presupuestos claros y, cuando es posible, con auditorías o consejos financieros. Como donantes, es válido informarse y ser parte de esa transparencia. Dar con confianza también implica dar en “buena tierra”: contribuir en ministerios serios, iglesias locales comprometidas con la sana doctrina y la integridad. De ese modo, nuestras ofrendas logran el máximo impacto y honran a Dios doblemente: tanto en el acto de dar, como en el fruto que producen.
En síntesis, la ofrenda tiene el propósito de honrar a Dios, sustentar Su obra y transformar nuestro corazón. Es una disciplina espiritual respaldada por la autoridad de la Biblia y la práctica histórica de la iglesia. Podemos confiar en las promesas de Dios relacionadas con la generosidad, sabiendo que Él es fiel. También podemos dar con tranquilidad cuando conocemos el destino de nuestras ofrendas y vemos los testimonios de vidas cambiadas a través de ellas. Como dijo el apóstol Pablo, “vuestro servicio de dar no sólo suple lo que a los santos les falta, sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios” (2 Corintios 9:12). ¡Qué privilegio es ofrendar, sabiendo que estamos cooperando con Dios en bendecir a otros y al mismo tiempo dándole gloria!
Consejos Prácticos y Pastorales para Ofrendar Hoy
Algunas iglesias utilizan cajas o sobres para recoger las ofrendas; lo importante es la intención del corazón al dar.
Habiendo entendido la base bíblica, pasemos a la práctica: ¿Cómo podemos aplicar estos principios en nuestra vida diaria y en la iglesia? Aquí te ofrecemos consejos concretos con un tono pastoral, es decir, pensando en tu crecimiento espiritual y bienestar, no solo en “cumplir” con dar dinero.
- 1. Examina tu motivación para dar: Antes de ofrendar, tómate un momento para orar y reflexionar. Pregúntate: ¿Por qué estoy dando? ¿Es por amor y gratitud a Dios, por compasión hacia la obra y los necesitados? ¿O me mueve la presión social, el deseo de obtener algo a cambio, o quizá la culpa? Es fundamental alinear nuestro corazón con las razones correctas. Como vimos, Dios valora la ofrenda dada con sinceridad. Si encuentras en ti alguna motivación incorrecta, no te desanimes; pídele a Dios que purifique tu corazón. Puedes incluso retrasar tu ofrenda hasta tener paz en la intención. El objetivo es que tu ofrenda sea un acto de amor genuino. Recuerda las palabras de Jesús: “Si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti” mientras ofrendas, “ve y reconcíliate primero” (Mt.5:24). Es decir, procura dar con un corazón libre de rencores y ataduras.
- 2. Planifica tu generosidad: La espontaneidad en dar es hermosa (por ejemplo, ofrendar en un impulso de gratitud tras una bendición inesperada), pero también es sabio planificar nuestras ofrendas. Haz un presupuesto de tus ingresos y aparta una porción para las ofrendas (ya sea semanal o mensualmente). Mucha gente aplica el principio del 10% como guía inicial –por ejemplo, al recibir su salario, separa ese porcentaje para ofrendar–, y luego añade donaciones especiales cuando Dios pone algo en su corazón. Planificar asegura que la generosidad sea una prioridad y no algo meramente residual (“si sobra doy, si no, no”). Como dice 2 Corintios 9:7, cada uno debe “decidir en su corazón” cuánto dar; eso implica deliberación. Al planificar, involucra a tu familia si la tienes: hablen juntos sobre cuánto ofrendar y a dónde dirigir las ofrendas (iglesia local, misioneros, organizaciones benéficas, etc.). Esto también enseña a los hijos el valor de dar a Dios.
- 3. Sé constante, pero también sensible a la guía de Dios: Una vez que has planeado tu ofrenda regular, procura ser fiel en ello. La constancia educa nuestro corazón y provee estabilidad a la obra (por ejemplo, tu iglesia local puede contar con ingresos constantes para su presupuesto). Sin embargo, mantén tus oídos espirituales abiertos. Habrá ocasiones en que Dios te impulse a dar más de lo habitual o a contribuir a cierta causa específica. Tal vez la iglesia está reuniendo fondos para ayudar tras una catástrofe natural, o sabes de un hermano en necesidad aguda. En esos momentos, ora y responde según tus posibilidades. La generosidad radical a veces ocurre en momentos puntuales (como la iglesia de Macedonia que, “en su profunda pobreza abundaron en riqueza de generosidad”, 2 Co.8:2). Por otro lado, si por alguna razón atraviesas una crisis financiera temporal, no te condenes si no puedes dar como antes. Dios conoce tu situación; puedes dar “conforme a lo que tienes, no a lo que no tienes” (2 Co.8:12). Aun en tiempos difíciles, quizá puedas ofrendar algo pequeño o en otras formas (ver siguiente punto). Lo importante es mantener un espíritu dispuesto.
- 4. Ofrenda con otras “monedas” además de la económica:
Si bien cuando hablamos de ofrenda nos referimos principalmente a recursos materiales, en la vida cristiana podemos (¡y debemos!) dar también de nuestro tiempo, talentos y servicio al Señor. Quizá en algún mes tu situación económica te impida aportar mucho dinero; pero podrías ofrecerte como voluntario en algún ministerio, donar ropa o alimentos a quien necesita, o simplemente dedicar tiempo en oración por la iglesia y los misioneros. Romanos 12:1 nos exhorta a ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, lo cual abarca todo nuestro ser y nuestras acciones cotidianas. Así que, además de tu ofrenda monetaria, considera: ¿cómo puedo ofrendar mi vida entera a Dios hoy? ¿Puedo servir en algún área de la iglesia (enseñar, limpiar el local, visitar enfermos)? ¿Puedo usar mis habilidades profesionales para bendecir a otros (por ejemplo, un médico puede hacer consultas gratuitas a personas de escasos recursos como parte de su ofrenda de servicio)? Estas “ofrendas vivas” no sustituyen la ofrenda material (porque la obra también necesita fondos), pero la complementan y, sobre todo, aseguran que nuestro corazón esté totalmente entregado a Dios. Dios desea personas generosas en todas las dimensiones, no solo en la económica. Y muchas veces, el dar de nuestro tiempo o habilidades tocará tu corazón de una manera especial, haciéndote más consciente de la gracia de Dios.
- 5. Cultiva la gratitud antes, durante y después de ofrendar:
Un truco espiritual para dar con gozo es contemplar tus bendiciones. Antes de ofrendar, haz memoria de lo que Dios te ha provisto recientemente: ¿Tuviste alimento diario? ¿Tienes un techo? ¿Te dio Dios fuerzas para trabajar o estudiar esta semana? Al contar tus bendiciones, casi sin darte cuenta tu corazón se llenará de agradecimiento y “te será más fácil ofrendar”, tal como señala una reflexión basada en Deuteronomio 16:17. Mientras depositas tu ofrenda (ya sea pasando el canasto en la iglesia, haciendo una transferencia electrónica, etc.), hazlo en oración silenciosa: “Señor, esto es para Ti. Gracias porque de Tu mano lo recibí primero.” Después de ofrendar, sigue con espíritu de gratitud, sin arrepentirte de haber dado. ¡Al contrario! Alégrate de haber podido contribuir. Un consejo práctico es anotar de vez en cuando los testimonios de cómo Dios te ha provisto incluso cuando diste generosamente; así comprobarás que no te quedarás en falta por ser fiel. Muchos testifican cosas como: “Decidí ofrendar aunque era justo lo que necesitaba para otra cosa, y esa misma semana Dios suplió milagrosamente mi necesidad.” Estas experiencias afirman nuestra fe. Sin caer en triunfalismos, podemos afirmar, basados en la Palabra, que “Dios bendice al dador alegre” y que Él se encarga de quienes ponen Su Reino primero (Mateo 6:33). La bendición puede venir en forma material o de otras maneras, pero siempre vendrá. Cultivar la gratitud nos mantiene atentos a reconocer esas bendiciones.
- 6. Evita compararte o dar por competencia:
En ocasiones, especialmente en eventos públicos, podemos caer en la tentación de fijarnos en cuánto o qué dan los demás. Quizá ves a alguien ofrendar una gran suma y piensas que tu pequeña ofrenda es insignificante, o al revés, puedes sentir orgullo si das más que otros. Ambas actitudes son equivocadas. La ofrenda es algo entre tú y Dios, no un motivo de competencia humana. Jesús vio a ricos echar ofrendas cuantiosas y a la viuda echar dos monedas, y valoró más a la viuda por su corazón (Marcos 12:44). Cada quien da según sus posibilidades, y solo Dios conoce realmente el sacrificio o la intención detrás de cada ofrenda. Por tanto, no te compares. Si algún líder llegara a ejercer presión poco sana (“a ver quién dona más”, etc.), sé libre en Cristo para no dejarte manipular. Nuestra generosidad ha de ser motivada por amor, no por quedar bien ante personas. En el contexto comunitario, eso sí, animémonos unos a otros a dar, compartiendo testimonios e inculcando la visión de la obra de Dios, pero nunca avergonzando a nadie por lo que da o no da. Cada uno responderá ante Dios, y Él recompensa lo hecho en secreto (Mateo 6:4). Mantener este principio te librará tanto de la comparación como de la vanagloria.
- 7. Ora por sabiduría y bendice tu ofrenda con oración:
Antes de dar, ora: “Señor, muéstrame cuánto y cómo dar en esta situación.” Dios promete darnos sabiduría si la pedimos (Santiago 1:5). Él puede guiarte a apoyar a cierta persona, a contribuir a cierto ministerio específico, o a reservar para futuras necesidades. Después de dar, ora nuevamente: “Señor, recibe esta ofrenda, es para Ti. Úsala para Tu gloria y bendice a quienes serán beneficiados por ella.” En algunos cultos, se hace una oración corporativa sobre las ofrendas recolectadas, lo cual es excelente práctica: se dedica ese dinero al Señor y se pide que Él provea en las áreas necesarias. Tú puedes hacer lo mismo en privado. Orar por las ofrendas también nos recuerda que dependemos de Dios para multiplicar su impacto (como Jesús multiplicó los panes y peces). Un versículo que se suele usar para orar por las ofrendas es 2 Corintios 9:10: “El que suple semilla al que siembra y pan al que come, suplirá y multiplicará vuestra sementera.” Al orar, reconocemos a Dios como el que suplió lo que dimos y el que multiplicará lo que se podrá hacer con ello. Esto aumenta nuestra fe y deja todo en las mejores manos: las de Dios.
- 8. Comprende tu contexto y da con alegría, no con temor:
Por último, un consejo pastoral: Entiende que Dios es tu Padre amoroso, no un cobrador austero. A veces, ciertas enseñanzas mal enfocadas infunden miedo: “Si no diezmas, estás robando a Dios y vendrá maldición financiera”, etc. Como hemos visto, en Cristo no operamos bajo maldiciones de la Ley (Gálatas 3:13). Debemos tomar en serio el principio de honrar a Dios con nuestros bienes (Proverbios 3:9) y ser generosos, sí, pero no ofrendes motivado por el miedo al castigo, porque “el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Ofrenda motivado por el amor, la gratitud y la fe, no por superstición. Si en el pasado no fuiste fiel en dar, no vivas condenado: empieza hoy, bajo la gracia de Dios, pidiéndole perdón si sientes que fuiste egoísta, y comprometiéndote a crecer en esta área. Dios es fiel y justo para perdonar y ayudarte a avanzar. Ofrendar nunca debe ser una carga pesada sino un gozo. La Biblia dice que nuestros sacrificios (incluyendo ofrendas) deben ser “agradables a Dios” (Hebreos 13:16) y créeme, Dios no se agrada si das con amargura o por compulsión, porque eso no proviene de un corazón libre. Él quiere que experimentes la alegría de dar. Si aún no la has experimentado, pide a Dios: “Dame un corazón generoso y alegre.” Él transformará gradualmente tu perspectiva. Muchas personas descubren que, cuando empiezan a dar con la motivación correcta, encuentran una satisfacción profunda, una especie de felicidad santa, al saber que con su ofrenda están adorando a Dios y extendiendo el amor al prójimo. Esa es la actitud que queremos cultivar: dar con fe, amor, libertad y gozo, sabiendo que nada dado al Señor es en vano (1 Corintios 15:58).
Esperamos que estos consejos prácticos te orienten. Recuerda: no se trata solo de “cumplir” con dar una ofrenda, sino de crecer espiritualmente en el proceso. La generosidad es como un músculo que se fortalece con el uso. Si al principio te cuesta, comienza con pasos pequeños pero firmes. Con el tiempo, verás cómo se vuelve parte natural de tu adoración y cómo Dios obra tanto en ti como a través de ti. ¡El Señor ama al dador alegre, y también lo moldea y lo bendice!
Conclusión: Dar con el Corazón, Recibir la Gracia
En conclusión, hemos aprendido que la ofrenda es mucho más que una transacción monetaria. Es un reflejo de nuestro corazón hacia Dios. Desde la viuda que dio sus dos moneditas hasta el creyente actual que separa una porción de su sueldo con fe, el principio es el mismo: “Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos” (Proverbios 3:9). Cuando ofrendamos con amor y gratitud, estamos diciendo “Dios, confío en Ti; Todo es Tuyo y te doy de lo que me has dado”. La Biblia nos asegura que Dios ve en lo secreto, conoce nuestras motivaciones y se agrada de las ofrendas dadas con alegría y humildad. Él ha prometido proveer para nosotros; quizá no nos haremos millonarios por ofrendar (ni ese debe ser el objetivo), pero sí cosecharemos bendiciones espirituales, alegría interior y crecimiento en fe como parte de la abundante cosecha de justicia que Él produce en nosotros.
Te animamos a poner en práctica estos principios en tu propia vida. Comienza entregándole a Dios lo mejor de ti no solo en tus ofrendas materiales, sino en tu tiempo, tus talentos y tu obediencia. Verás cómo Él se glorifica y te transforma a través de ello. Si nunca has ofrendado, ¡inténtalo! Empieza con algo pequeño pero significativo para ti, y hazlo como un acto de adoración. Si ya eres un ofrendante regular, revisa tu corazón y tus hábitos a la luz de lo aprendido, para asegurarte de seguir creciendo en esta gracia.
Llamado a la Acción: ¿Cuál de los versículos sobre la ofrenda te inspira más? ¿Tienes algún testimonio de cómo Dios te ha bendecido al dar con generosidad? Nos encantaría escucharlo. Te invitamos a compartir en los comentarios tu versículo favorito para el momento de la ofrenda, o alguna experiencia personal relacionada con dar. Así nos animamos unos a otros e intercambiamos sabiduría práctica. También, si este recurso te fue útil, no dudes en compartirlo con otros líderes, amigos o miembros de iglesia que deseen aprender sobre las ofrendas desde una perspectiva bíblica y equilibrada.
Recordemos siempre las palabras de 2 Corintios 9:7-8: “Que cada uno dé como propuso en su corazón… porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia…”. Demos con alegría y fe, confiando en que Él es quien suple y multiplicará lo dado para Su gloria. ¡Que cada ofrenda nuestra suba como aroma agradable delante de Dios, y que nuestra vida entera sea una ofrenda viva para Él!
Preguntas Frecuentes sobre los Diezmos y Ofrendas
¿Cuál es la diferencia entre diezmo y ofrenda?
El diezmo es, por definición bíblica, la décima parte de los ingresos que en el Antiguo Testamento los israelitas debían entregar para el sustento del templo y del sacerdocio levítico. Era un requisito de la Ley de Moisés (Levítico 27:30) y, por tanto, una obligación bajo ese pacto. La ofrenda, en cambio, es un donativo voluntario que se da a Dios además del diezmog. En la práctica actual de la iglesia cristiana, muchos entienden que ya no estamos sujetos al mandamiento legal de diezmar el 10% (porque Cristo cumplió la Ley y no impuso el diezmo a Su iglesia). Por ello, lo que damos ahora son ofrendas libres, cuya cantidad decide cada creyente según su fe y posibilidades. Algunos cristianos continúan usando el 10% como guía personal de cuánto dar (lo llaman “diezmar” aunque técnicamente es una ofrenda proporcional), lo cual está bien siempre y cuando se haga con la motivación correcta. La gran diferencia es que el diezmo era fijo y mandatorio bajo la Ley, mientras que la ofrenda es flexible y voluntaria bajo la gracia. El Nuevo Testamento enfatiza que demos generosamente, pero “no por obligación”. En resumen: diezmo = 10% (concepto antiguo pacto); ofrenda = cualquier cantidad que das por amor a Dios (concepto vigente en el nuevo pacto). Ambos comparten el propósito de honrar a Dios, pero bajo la gracia se nos invita a superar la mera obligación y dar con libertad y alegría. Por cierto, algunas iglesias usan “diezmo” y “ofrenda” para distinguir dos prácticas: llaman diezmo a la porción regular (ej. 10% mensual) y ofrenda a donativos especiales. Esto puede variar según las tradiciones, pero bíblicamente el principio es el explicado arriba.
¿Es obligatorio para los cristianos dar el diezmo hoy en día?
No, los cristianos no estamos obligados a diezmar el 10% como un mandamiento legal, a diferencia de Israel en el Antiguo Testamento. Cuando Jesús instituyó el Nuevo Pacto, cumplió la Ley (incluyendo las ordenanzas del diezmo) y nos introdujo a una nueva dimensión de dar, basada en la gracia. En ninguna parte del Nuevo Testamento se ordena a la iglesia que continúe con el sistema de diezmos obligatorio. Sin embargo, eso no significa que no debamos dar! Al contrario, la enseñanza apostólica es que seamos incluso más generosos, pero de forma voluntaria. Pablo instruyó a los creyentes a apartar regularmente una porción de sus ingresos según prosperen (1 Corintios 16:2) y a contribuir para las necesidades de los santos y la obra del ministerio. La diferencia es que ya no se especifica un porcentaje; cada uno decide cuánto dar. Muchos se preguntan: “Entonces, ¿cuánto debería dar?”. La respuesta viene de la comunión con Dios: orar y decidir en el corazón, siendo fieles administradores. Algunos optan por el 10% por tradición o como punto de partida, y luego dan ofrendas sobre eso. Otros pueden dar menos o más dependiendo de sus circunstancias, siempre procurando crecer en generosidad. Lo esencial es que no damos para cumplir un rito obligatorio, sino como expresión de amor. Si alguien en su conciencia siente el compromiso de diezmar, es libre de hacerlo; solo debe cuidarse de no imponer esa carga a otros como requisito para la salvación o la bendición, porque eso sería volver al legalismo. En conclusión: no, no es un mandato forzoso diezmar; sí, es un llamado bíblico dar ofrendas generosas. Dios “ama al dador alegre” y desea que aprendamos a honrarlo con nuestras posesiones sin sentirnos coercionados.
Estoy pasando por dificultades económicas, ¿debo seguir ofrendando?
Esta es una situación delicada y común. En tiempos de escasez o crisis financiera, lo primero es saber que Dios no quiere perjudicarte sino bendecirte. Si tus ingresos bajaron o enfrentas deudas, puedes ajustar el monto de tus ofrendas sin sentir culpa. La Biblia nos enseña que “según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” es aceptable dar (2 Corintios 8:12). Eso significa que Dios valora incluso la ofrenda pequeña de alguien que está en necesidad –piensa otra vez en la viuda pobre: Jesús la elogió aunque dio muy poco en cantidad, porque era mucho para ella (Marcos 12:43-44). Entonces, si tus dificultades no te permiten dar como antes, sigue ofrendando aunque sea poco, como un acto de fe, y Dios lo ve con agrado. Lo importante es mantener el corazón dispuesto. Por ejemplo, quizás antes podías ofrendar cierta cantidad fija mensual, pero ahora solo puedes la mitad: hazlo con libertad. O tal vez en esta temporada prácticamente no puedes dar dinero, pero puedes ofrendar tu tiempo sirviendo, ayudando en la iglesia en tareas, etc., mientras oras para que Dios traiga alivio a tu situación. No dejes de sembrar algo, porque incluso en la escasez, ese gesto es poderoso delante de Dios (recordemos a la iglesia de Macedonia que, en “profunda pobreza”, igual suplicaban participar de la ofrenda – 2 Cor 8:2-4). Al mismo tiempo, usa la sabiduría: Dios entiende si debes priorizar alimentar a tu familia o pagar lo básico; no quiere sacrificios irresponsables. Busca consejo financiero, ora por provisión y mejora de ingresos. Y confía en las promesas: Dios dice que si Él cuida de las aves, ¡cuánto más cuidará de nosotros! (Mateo 6:26). He escuchado testimonios de gente que, aun en su crisis, siguió ofrendando algo simbólico y vio a Dios obrar milagros, ya sea abriendo puertas de empleo, condonando deudas o recibiendo ayuda inesperada. Cada caso es distinto. No ofrendes por sentimiento de culpa, sino por fe. Entrégale al Señor tus “dos moneditas” y también tus lágrimas y cargas. Él conoce tu corazón. Y en la iglesia, si estás en dificultad, no tengas vergüenza de recibir también tú ayuda; la comunidad está para sobrellevar las cargas (Gál 6:2). Quizá en otra ocasión, cuando estés mejor, podrás contribuir más nuevamente. Dios es un Dios de épocas y suple “semilla al que siembra” y “pan al que come”, o sea, te dará tanto para sembrar en Su obra como para tu sustento. Confía en Él.
¿En qué se usan exactamente las ofrendas que doy a la iglesia?
Por transparencia y confianza, es muy válido preguntar esto. En la mayoría de las iglesias, las ofrendas se distribuyen en varios rubros, generalmente:
1) Gastos operativos de la iglesia local (alquiler o mantenimiento del edificio, servicios públicos, material educativo, limpieza, etc.),
2) Sustento del pastor o líderes que sirven de tiempo completo (un salario modesto que les permita dedicarse al ministerio),
3) Proyectos de evangelización y misiones (por ejemplo, ayudar a plantar nuevas iglesias, apoyar a misioneros en otros lugares, organizar eventos de alcance),
4) Ministerios de ayuda social o benevolencia (por ejemplo, un fondo para miembros necesitados, comedores comunitarios, etc.), y 5) Ahorros o inversiones para futuros proyectos (compra de propiedad, construcción, equipos tecnológicos para mejorar la predicación, etc.). Cada congregación puede tener porcentajes distintos. Algunas denominaciones también envían una parte a su sede central para misiones globales o seminarios. Lo importante es que tu ofrenda sí está siendo útil para el Reino de Dios de forma tangible. Si quieres mayor detalle, muchas iglesias presentan reportes financieros anuales a los miembros, mostrando cuánto entró en diezmos/ofrendas y cómo se gastó. No temas preguntar a tus líderes con respeto; al contrario, los buenos administradores apreciarán tu interés. Saber el destino de las ofrendas también te anima: por ejemplo, es motivador saber que gracias a la generosidad de la iglesia X número de familias fueron ayudadas en la pandemia, o se alcanzó tal barrio con el evangelio, o se sostienen orfanatos/ancianatos. Si, en un caso desafortunado, descubrieras falta de integridad en el uso de fondos (esperamos que no pase), busca claridad y ora por dirección; nuestras ofrendas deben ser sembradas en tierra fértil y honesta. Pero dando por sentado que tu iglesia es sana, puedes tener la confianza de que cada moneda está contribu-yendo a algo significativo: “fruto que abunda en la cuenta de ustedes”, diría Pablo (Filipenses 4:17). En resumen: las ofrendas se usan para que la iglesia funcione y crezca, para bendecernos unos a otros y para expandir el alcance del mensaje de Cristo. Cuando veas un bautismo, una actividad misionera, o simplemente entres a un templo con luz y sonido, recuerda: tus ofrendas aportaron a que eso suceda. Eres copartícipe de los logros del Evangelio mediante tu generosidad.
¿Puedo ofrendar cosas aparte de dinero (alimentos, objetos, tiempo)?
¡Por supuesto! Aunque en la iglesia modernamente se enfatiza la ofrenda monetaria por practicidad, ofrendar no tiene que limitarse al dinero en efectivo o transferencia bancaria. Desde tiempos bíblicos vemos ofrendas en especie: en el Antiguo Testamento se ofrendaban animales, granos, vino, aceite, etc. Hoy, si tienes un negocio o cultivas algo, podrías donar producto de tu cosecha o inventario para la obra del Señor. Algunas personas ofrendan alimentos no perecederos regularmente para el banco de alimentos de la iglesia, otros donan equipos (un hermano quizá compra y dona bocinas nuevas al ministerio de alabanza, por ejemplo).
Todo eso son ofrendas válidas y bienvenidas. Asimismo, como mencionamos en los consejos, tu tiempo y habilidades son una ofrenda cuando las dedicas a Dios. Un diseñador gráfico que ofrezca voluntariamente hacer publicidad para la iglesia, o un músico que sirve sin cobrar, están ofrendando sus talentos. Si tienes un oficio, digamos albañilería, y ayudas en mejoras del templo gratis, es una ofrenda agradable a Dios. Debemos, claro, coordinar con los líderes para saber qué donaciones en especie son útiles o cómo canalizar nuestro voluntariado. Pero en general, si hay algo valioso que quieras dedicar a Dios, Él recibe esa ofrenda aunque no sea dinero. Hay una historia curiosa: cierta persona no tenía ingresos pero quería contribuir, así que ofrendó un botón de su saco; era lo único material que podía dar en ese momento. Pudiera sonar trivial, pero si fue de corazón, Dios lo ve. Naturalmente, la iglesia no pudo hacer mucho con un botón , pero habla del corazón dispuesto. Dicho esto, recordemos también que la iglesia tiene gastos en dinero, entonces finalmente el dinero sí es la forma más versátil de ofrenda (la iglesia puede convertirlo en lo que necesite pagar o comprar). Pero si prefieres dar algo específico y está la necesidad, adelante. Ejemplo: “ofrendar” un instrumento musical, donar tu vehículo antiguo para que la iglesia lo use en misiones rurales, etc. Todo cuenta. Lo más importante es lo que simboliza: entregar a Dios algo valioso para ti. Y cuidado: aunque ofrendes servicio o bienes, no uses eso como excusa para nunca dar dinero si puedes; cada tipo de ofrenda tiene su lugar. En conclusión, sí puedes ofrendar más allá del dinero: tus bienes, tu trabajo, tu creatividad, todo puesto a los pies del Señor es ofrenda agradable. Romanos 12:1 amplia la definición de ofrenda a entregar nuestra vida entera en sacrificio vivo. Así que seamos creativos y íntegros: ofrendemos nuestros recursos monetarios y no monetarios como adoración integral a Dios.
¿Cómo puedo enseñar a mis hijos sobre diezmos y ofrendas?
Enseñar a los niños y jóvenes acerca de la generosidad es un regalo que les damos para toda la vida. Algunas ideas prácticas: Con el ejemplo: Deja que tus hijos te vean ofrendar. Si usan sobres en la iglesia, involúcralos llenando juntos el sobre familiar. O si das en línea, explícales que en el presupuesto familiar hay una parte que primero se aparta “para Dios”. Los niños aprenden más por observación que por discurso. Con una alcancía de ofrenda: Si tus hijos reciben domingo o pago por alguna tarea, anímales a separar una porción para ofrenda. Pueden decorar una cajita como “alcancía de ofrendas”. Cada cierto tiempo, llévalos a entregar eso en la iglesia. Explicando el porqué: Háblales en su nivel sobre qué se hace con las ofrendas (por ejemplo: “¿ves esas luces encendidas? Las ofrendas ayudan a pagar la electricidad, así tenemos un lugar cómodo”; o “¿recuerdas al misionero que vino? Nosotros le ayudamos con ofrendas para que él hable de Jesús a niños en África”, etc.).
Cuando entienden el impacto, se motivan. Con la Biblia: Comparte historias como la de la viuda generosa (Marcos 12) o el niño que dio sus panes y peces a Jesús (Juan 6:9) y cómo Jesús multiplicó esa ofrenda para alimentar a muchos. Ellos se identifican con ese niño y aprenden que Dios puede usar su pequeña ofrenda en grande. Con proyectos especiales: Invítalos a participar en ofrendas para causas específicas: recolectar juntos ropa o juguetes para donar, hacer limonada para reunir fondos para la escuela dominical, etc. Así ven la ofrenda como algo alegre. Sin obligarlos ni regañarlos: Hay que guiar con amor, no imponer con dureza. Si un adolescente tiene dudas
(“¿Por qué dar dinero en la iglesia?”), escúchalo, edúcalo con paciencia (quizá leyendo 2 Corintios 9 juntos) y muestra testimonio. Y muy importante: celebra su generosidad. Si ves a tu hijo echar monedas con gozo en la ofrenda, felicítalo después: “Dios vio lo que diste y estoy seguro que Él se agrada. ¡Estoy orgulloso de tu corazón generoso!”. Eso refuerza positivamente. En resumen, para enseñar a los hijos: predica con el ejemplo, provee oportunidades prácticas para dar, y forma en ellos un corazón compasivo. Con oración y paciencia, ellos crecerán entendiendo que diezmar/ofrendar no es “perder” dinero sino adorar a Dios y amar al prójimo con lo que tienen. Y algo hermoso: los niños suelen ser más desprendidos que los adultos; podemos aprender de su fe sencilla. ¡Aprovechemos esa etapa para sembrar en ellos este hermoso valor bíblico!
Tengo 10 Años de experiencia en el campo y ministerio cristiano, actualmente pastora de jovenes y lider cristiana de alabanza.
Actualmente me considero experta en temas de relacionados a jovenes, adultos niños y matrimonios.